real de catorce es un pequeño pueblo situado en la sierra huasteca potosina. antes de llegar allá se atraviesa wirikuta, la tierra sagrada de los huicholes donde crece el peyote. es tierra desértica ahora salpicada por multitud de ranchos y parcelaciones agrarias que la descuartizan y ponen en peligro la existencia del peyote. en esa travesía, mirando por los cristales del camión hacia el horizonte, como si de gigantescas islas en el mar se tratasen, se ven las inmensas moles de roca, de formas redondeadas y suaves como el cuerpo de una mujer, en que está enclavado real de catorce. viendo esas montañas nadie se imaginaría que en su interior se encuentra este pueblito, medio abandonado, pero con una buena infraestructura turística detrás.
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como todos los alojamientos que ofrece real son bien caros y el escenario a ello invita, decidí pasar una o dos noches al aire libre, en las afueras cerca del desierto o en alguna casa ruinosa. mi única noche la pasé cerca del panteón, en una zona apartada del pueblo, lo que en españa serían las eras. la elegí porque al no pasar mucha gente, pues pocos se darían cuenta de mi intención de pernoctar y muchos menos podrían ir a molestarme.
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cuando ya la noche se acercaba, hice un fuego y cené unas tortillas con queso. había visto que durante la noche las puertas del panteón no se cerraban y pensé darme una vuelta por tal sitio y por el pueblo. hacía pocas semanas que había leído pedro páramo y la imagen de real de noche era lo que más se acercaba al comala nocturno de juan rulfo, un pueblo abandonado donde los únicos habitantes son los difuntos. sin embargo, esa idea no fructificó y decidí acostarme sin más. el miedo que pasaría momentos más tarde no lo igualaría un encuentro con ningún muerto.
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noche cerrada. ya acostado, dos voces pasaron por detrás de mi y me alumbraron con una linterna. se detuvieron unos metros más adelante y continuaron hablando. "ya vienen unos cabrones a chingarme", pensé. me inquietaba que estuviesen hablando a poca distancia de mi, desde donde estarían observándome; pero más me asusté cuando dejé de oir las voces. me incorporé y vi, recortada, una sombra en la oscuridad, en sus manos tenía un celular y a veces me mostraba la pantalla iluminada y la movía en lo oscuro. "ese cabrón sabe que lo estoy viendo y sigue ahí, no tiene intención de irse", volví a pensar. sin dudarlo me salí del saco y me puse las botas.
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me levanté y busqué algo con qué defenderme en caso de que se acercase. como había perdido la navaja mientras hacía la cena, lo único que tenía a mano eran las piedras del fuego. las observé y determiné agarrar una y dar a matar en caso de que la sombra se acercase, por lo menos no me pillarían desprevenido.
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de pie, miraba de frente a la sombra y como no reaccionaba de ninguna forma, "eh", le dije. entonces se movió y se apartó de mi vista. al poco debió llegar la otra sombra porque oí susurros. "ya está. ya vienen", me dije, y al punto una de ellas cruzó de una oscuridad a otra, hacia un parquecillo que estaba al lado de donde estaba acampado. lo bueno es que ambos sitios están separados por un muro de considerable altura y si querían sorprenderme por detrás yo estaría sobre aviso.
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"me están rodeando, estos cabrones me están rodeando". me colgué la mochila roja con mis documentos y dinero y me preparé a agarrar una piedra, golpear y salir corriendo con lo puesto. lo malo es que si quería escapar la única salida era saltar unos dos metros o así a otro descampado.
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escuché ruidos de alguien pasando sobre el muro y no lo dudé: piedra en alto me dirigí hacia donde estaba gritándole: "¡¡qué pedo, cabrón, qué pedo!!". llegué y lo iluminé con mi linterna.
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la luz me reveló la cara de pendejo y el uniforme de un policía. tuve que iluminarle dos veces para creérmelo. "policía, ¿no?". "sí", me respondió. "¿a qué se dedican? ¿por qué no se identifican? ya iba a atizarle con una piedra, ¿y si le hubiese dado?". y como pendejo recién descubierto: "es que estamos buscando gente que lleve peyote o marihuana". "pues registren lo que quieran". y ahora viene su lógica policial. "la cosa es que no podemos registrar nada, no tenemos permiso". "¿entonces?", le pregunté flipando. "pues solo si estas fumando o algo". "pues ya me vieron que no". "ya, ya".
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les di los papeles que me identifican y echaron un vistazo a mis pertenencias. al ver la máscara de el santo, recurrieron al ingenio e interés policiales mexicanos: "¿esa máscara te la pones?", preguntan. "no, no. solo es de recuerdo", respondo. me dicen que donde estoy es un lugar tranquilo, que ahí nadie roba ni asalta y que los que montan más desmadre y pueden asustarme son caballos, perros y burros. se despiden y se van.
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otro ejemplo de la policía mexicana. al día siguiente me fui de real en dirección a guadalajara, ya que se convirtió en un sitio tan tranquilo que me vi de frente con mi propia soledad y no pude soportarlo.